lunes, 2 de julio de 2012

Educacion

En la antigüedad habían más aspirantes a la santidad. Esos hombres y mujeres se cultivaban a sí mismos en las montañas o deambulaban entre bosques y arroyos. Cuando llegaban a un pueblo y veían que había algún conocimiento que podía serle impartido a la gente, lo hacían abiertamente. Una vez enseñado lo que era necesario, desaparecían, sabiendo que otros les seguirían después. No establecían escuelas de religión, templos o filosofías que llevaran sus nombres. Sabían que el conocimiento no le pertenecía a nadie. No podía ser poseído, repartido para obtener ganancias, o retenido egoistamente.

Hoy en día mucha gente considera el conocimiento como un mero producto a ser empaquetado, comercializado y vendido. Su interés no está en beneficiar las almas de otros sino en sus propias billeteras. Por ejemplo, un maestro contemporáneo exige mil onzas de oro antes de enseñar una sola técnica. Vivimos en un mundo donde el compartir el conocimiento desinteresadamente ya no es una virtud.

Mientras más conocimiento regales, más vendrá hacia ti. Mientras más escondas, menos acumularás. Se compasivo con otros. ¿Qué tendrías que temer por ser abierto?

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